"Creo que la gente más triste siempre intenta todo lo posible
por hacer felices a los demás porque saben como es
sentirse totalmente infravalorado y no quieren
que nadie más se sienta así."
-Robin Williams
Los daños colaterales de ser quien eres. De volver a serlo o de convertirte al fin en esa persona. Así podría titular a este capítulo vital en el que estoy embarcada, y el cual desprende el sabor más agridulce que he probado hasta el momento. El prólogo hablaría de algo así como que ojalá te contasen que, en el proceso de sanar, vas a ganar muchas cosas para las cuales hay que ir soltando otras. Por supuesto gran parte de ellas son esos lastres que te hacían estar atado a la oscuridad, son también malos hábitos, el escozor de momentos pasados que ya son solo eso, recuerdos. Trozos de ti en los que ya no te reconoces. Palabras que ya no te identifican. Lo que duele va quedando atrás y finalmente se empieza a sentir como algo ajeno. Pero nadie habla de que en realidad, seguir adelante implica una doble pérdida. Hay partes en el avanzar que además de sumar, terminan restando como efecto secundario. Cada vez que aprendes a poner límites, es posible que quienes te conocían sin ellos dejen de estar tan cómodos a tu lado. Al fin y al cabo a todos nos gusta una persona complaciente y sumisa, ¿no?. Cada vez que alzas la voz para recordar que tienes una opinión, cuando dejas de aceptar lo que no te gusta, cuando actúas un poco más en tu propio beneficio que en la búsqueda del orden exterior. Todo por dentro parece colocarse un poco más, pero tu alrededor se desordena. De alguna manera cuanto más te conoces tu, menos te reconoce el resto. Tras tanto tiempo funcionando de la misma manera, es lógico que todo se revuelva un poco.
El cambio es incómodo para todos, en realidad. Antes de notar los beneficios de empezar a imponerte como el centro de tu propia vida, hay que aferrarse mucho a la confianza ciega que parece no llegar entre tanto miedo, incertidumbre, angustia, a veces vergüenza e incluso rabia. Pero llega, y entonces comienza la segunda fase en la que el reto es no dar un paso atrás. (Porque con el primero siempre llega el segundo y todos los siguientes...) Es el punto clave en el que ya vas aceptando que se puede ser de otra manera, pero tu entorno probablemente sienta cierto rechazo o quizá deba tomar algo de distancia hasta aprender a enfrentar esta nueva versión. Mucha gente también se esfuerza por recibirlo con los brazos abiertos, pero incluso con voluntad de aceptación de por medio, hay una parte práctica por la que hay que pasar para aprender a tolerarlo. Cuando los planes se trastocan porque ya no quieres ceder por evitar discutir. Cuando las conversaciones no acaban con un "sí, es verdad" pienses lo que pienses. Siempre han existido contradicciones entre lo que pensamos y queremos que suceda, y lo que se siente en realidad más allá de la razón. Por eso la prueba real es mantenerse firme aún encontrándote de frente como la impresión de que desde fuera no hay una bienvenida.
Salir de la tristeza también implica dejar de ser ese salvavidas que se mueve desde la experiencia. Acabas por abandonar el deseo de que nadie sienta lo mismo que tu estás atravesando, porque están naciendo nuevas aspiraciones y debes dedicar más atención a tu interior. Es entonces cuando te planteas, ¿soy egoísta ahora que ya no intento hacer felices a los demás? Y aparece la temida culpabilidad, susurrándote cuando tienes la guardia bajada todas las posibilidades de rechazo que mantenerte firme en tus ideas también conlleva. ¿Soledad otra vez?. Entre la seguridad que construyes te deslumbran multitud de fogonazos que tratan de empujarte a volver a lo conocido. Una mierda que te ata de pies y manos pero que, al fin y al cabo, se siente más seguro. El eterno dilema entre ser como eres a pesar de la posibilidad de no ser aceptado, o agachar la cabeza y cerrar la boca para mendigar esa inclusión.
Pero se abre otra incógnita: quizá existe otra manera de estar para los demás. Una más sana en la que se traza una línea entre las necesidades de cada uno. Todo se equilibra y la responsabilidad se vuelve más ligera. En el fondo creo que siempre me resultará complicado no asociar intensidad con eficacia. Amor con entrega. Ayuda con sacrificio. Una amistad en la que lo das todo, una relación que consuma toda tu energía. Donde la seguridad procede de saber que el otro está satisfecho.
¿Y yo?
Gana el que se graba esa pregunta a fuego. El que se coloca en el centro. Nunca por encima de nada o nadie. Pero mucho menos por debajo.
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