lunes, 2 de enero de 2023

sobre echar de menos el presente



Cuando hablamos de nostalgia pensamos en ese sentimiento 

de melancolía por algún evento pasado. 

Sin embargo, hay ocasiones en las que echamos de menos 

justo el momento que estamos viviendo

Incluso experimentamos esa sensación por algo que aún no ha ocurrido.

 El nombre que recibe es 

nostalgia anticipatoria.





Ya lo dicen todos los clichés: la vida es un viaje maravilloso en el cual no hay posibilidad vuelta. Yo he tenido la -a medias- suerte de haber pasado una decena de años sin haber comprado billete de ida. Ignorando por tanto esa realidad. Cuando viajas en automático no te da tiempo a disfrutar del camino. Así que el momento en el que por fin miras por la ventanilla es algo indescriptible e inexplicable, porque nace en tu interior la sinergia entre los más potentes y distintos sentimientos, la euforia del que por primera vez abre los ojos y comprueba que se está moviendo, y que el paisaje a su alrededor es mejor de lo que podría haber imaginado. Pero casi al instante aparece de la mano la frustración de que cada segundo que transcurre está dejando atrás todos esos instantes. Felicidad y tristeza. La tristeza en la felicidad. La magia en lo injustamente efímero. La rabia del que prueba el caramelo sabiendo que no durará para siempre. La impotencia de comprender que hemos venido a este mundo a experimentar cosas que inmediatamente debemos, estemos o no de acuerdo, acabar soltando. Por eso la clave para ser feliz no sólo la dicen los psicólogos, los libros de autoayuda, los foros de autoestima o los consejos de terraza de bar una tarde cualquiera. A quien vive envuelto por esa pena que acompaña a la emoción del momento agradable, no hace falta decirle que su mayor aprendizaje es abrirle los brazos a cada uno de esos segundos y dejarse sentir. Porque cada una de las veces en que acaba ganando ese desaliento nostálgico que llega antes de tiempo, ya siente que no ha vivido plenamente cuando al fin y al cabo, ese es su mayor deseo y su búsqueda incansable. 

La mente es muy hija de puta. La nostalgia, en teoría, un mecanismo de sabor agrio pero que se inicia como recordatorio de lo bonito y activador de gratitud por los momentos pasados. Por eso convivir con ella cuando la vida aún está sucediendo es tan gris como asistir a un funeral por adelantado. Como llorar la pérdida de un ser querido a quien tienes sentado frente a ti, y lo peor, se está riendo y sientes todo su cariño. Es como ser presa de la dualidad de lo positivo, vivir puede llegar a ser tan increíblemente intenso que duele saber que un día expira. Escuece caminar cada día entre la rutina teniendo que obviar que todo posee fecha de caducidad. El transcurso vital en sí, son etapas. Las personas son etapas. Lo desagradable, enhorabuena, va a pasar. Lo que te hace vibrar por dentro, por más que joda, pasará también. 

Es por eso que hay que ir aprendiendo a quedarse con lo que nos aporta cada fase y cada individuo que se cruza en el camino para encontrar así un sentido a esa pérdida. Eso es cierto, y también queda genial en un artículo sobre la búsqueda de la felicidad. Pero al final del día la mente continúa siendo muy hija de puta y el corazón se encoge ante la incapacidad de solucionar o por lo menos modificar algo para no ahogarse en la melancolía. "Las emociones tienen su función, simplemente hay que sentirlas". Yo vivo en una pelea constante entre lo que sucede, lo que me hace sentir y el rechazo a sentirlo.

Hace ya meses que me esfuerzo en dar la espalda al pesimismo, y para que no se quede en una simple frase continuo por negarme a cerrar algo con tono desalentador. Es preferible pensar en que todos esos instantes que vivo aterrada de olvidar, de no volver a repetir, de ver como se alejan ante mi, la alegría que temo que me abandone para no regresar, son el prólogo de otros ratitos que están por llegar. ¿Puede que también los atraviese con la nostalgia anticipada a cuestas? Es probable. Pero sería mucho peor no vivirlo. Y aún quedan muchos atardeceres por observar como si fuese el primero, muchas vueltas a casa una madrugada de verano, muchas cervezas en el New York o chupitos en el casco. Faltan muchos lugares por conocer y otros por repetir si es por hacerse compañía. Quedan canciones por descubrir, fotografías que tomar y proyectos de los que sentirse orgullosa. Quedan abrazos por recibir, besos que atreverse a dar. Facetas propias que encontrar, viejos lastres que ir dejando atrás. También tardes desesperantes de biblioteca pero que terminan con charlas intensas. Personas a quien dar la bienvenida durante el rato que sea. Palabras que leer y que decir. Conexiones reales que crear, con conversaciones de las que acercan o quizá terminen alejando en beneficio. De igual manera que están por venir numerosas despedidas, lágrimas que derramar y otras que ni si quiera saldrán. Decepciones, síndrome del impostor, ansiedad social, auto desprecio, miedo al fracaso y más aún al futuro. Luchas internas con el estar a solas y sentirse solo. Vendrá mucha mierda pero en el fondo ya no me asusta tanto, porque de igual manera que la angustia de saber que echarás de menos el presente es algo así como lo triste de ser feliz, aquello que lo genera es como la voz que te recuerda que si no sintieras eso que duele, realmente no estarías viviendo.

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